jueves, 28 de junio de 2018

Marqués de Sade


Esta entrada solo pretende divulgar una figura muy  mencionada y posiblemente poco leída. Esta recopilación, mezcla de información en diferentes páginas de Internet, y un extracto de uno de sus libros más reconocidos, puede que nos ayude a entender a una figura que después de los siglos sigue vigente y creando polémica.


Juliette/PRIMERA PARTE

Justine y yo fuimos educadas en el convento de Panthemont. Ustedes ya conocen la celebridad de esta abadía, y saben que, desde hace muchos años, salen de ella las mujeres más bonitas y más libertinas de París. Es este convento tuve como compañera a Euphrosine, esa joven cuyas huellas quiero seguir y quien, viviendo cerca de la casa de mis padres, había abandonado la suya para arrojarse en brazos del libertinaje; y como de ella y de una religiosa amiga suya fue de quienes recibí los primeros principios de esta moral que han visto con asombro en mí, siendo tan joven, por los relatos de mi hermana, me parece que, antes de nada, debo hablaros de la una y de la otra... contaros exactamente estos primeros momentos de mi vida en los que, seducida, corrompida por estas dos sirenas, nació en el fondo de mi corazón el germen de todos los vicios.
La religiosa en cuestión se llamaba Mme. Delbène; era abadesa de la casa desde hacía cinco años, y frisaba los treinta cuando la conocí. No podía ser más bella: digna de un retrato, una fisonomía dulce y celeste, rubia, con unos grandes ojos azules llenos del más tierno interés, y el porte de las Gracias. Víctima de la ambición, la joven Delbène fue encerrada en un convento a los doce años, con el fin de hacer más rico a un hermano mayor al que ella detestaba. Encerrada a la edad en que comienzan a desarrollarse las pasiones, aunque Delbène no hubiese elegido todavía, amando el mundo y los hombres en general, sólo después de inmolarse a sí misma, después de triunfar en los más rudos combates, había conseguido que naciese en ella la obediencia. Muy avanzada para su edad, habiendo leído a todos los filósofos, habiendo reflexionado prodigiosamente, Delbène, al tiempo que se condenaba al retiro, había conservado dos o tres amigas. Venían a verla, la consolaban; y como era muy rica, seguían proporcionándole todos los libros y caprichos que pudiese desear, incluso aquéllos que debían excitar más una imaginación... ya muy exaltada, y que no enfriaba el retiro.
En cuanto a Euphrosine, tenía quince años cuando me uní a ella.; llevaba ya dieciocho meses como alumna de Mme. Delbène cuando me propusieron ambas que entrase en su sociedad, el día en que yo acababa de cumplir mis trece años. Euphrosine era morena, alta para su edad, muy delgada, con unos ojos muy bonitos, mucha gracia y vivacidad, pero menos bonita, mucho menos interesante que nuestra superiora.


No necesito deciros que la inclinación a la voluptuosidad es, en las mujeres recluidas, el único móvil de su intimidad; no es la virtud lo que las une; es el vicio; gustas a la que se inclina hacia ti, te conviertes en la amiga de la que te excita. Dotada del temperamento más vivo, desde la edad de nueve años había acostumbrado a mis dedos a que respondiesen a los deseos de mi cabeza, y, desde esta edad, no aspiraba más que a la felicidad de encontrar la oportunidad de instruirme y lanzarme a una carrera cuyas puertas me habría ya con tanta complacencia la naturaleza precoz. Euphrosine y Delbène me ofrecieron pronto lo que yo buscaba. La superiora, que quería hacerse cargo de mi educación, me invitó un día a comer... Euphrosine se hallaba allí, hacía un calor insoportable, y este ardor excesivo del sol les sirvió de excusa a ambas para el desorden en que las encontré: hasta tal punto era así que, excepto una blusa de gasa, sujeta simplemente con un gran lazo rosa, estaban prácticamente desnudas.
………………….

Los dedos de nuestra encantadora superiora acariciaban los pezones de mi seno, y su lengua se agitaba en mi boca. En seguida se dio cuenta de que sus caricias actuaban sobre mis sentidos con tal ímpetu que casi me sentía mal.
………………….
Tras estas palabras, me estira las piernas separándolas, y, acostándose en la cama boca abajo, con su cabeza entre mis muslos, me besa el sexo mientras que, ofreciendo a mi compañera las nalgas más hermosas que puedan contemplarse, recibe de los dedos de esta bonita muchacha los mismos servicios que me presta su lengua. Euphrosine, conocedora de los gustos de la Delbène, alternaba sus escarceos con vigorosos golpes sobre el trasero, cuyo efecto me pareció seguro sobre el físico de nuestra amable institutriz. Vivamente electrizada por el libertinaje, la puta devoraba el caudal que hacía brotar constantemente de mi pequeño coño. Algunas veces se paraba para mirarme... para observarme en el placer.
…………………
La verdadera sabiduría, mi querida Juliette, no consiste en reprimir los vicios, porque, siendo los vicios casi la única felicidad de nuestra vida, sería un verdugo de sí mismo el que quisiera reprimirlos; la sabiduría consiste en entregarse a ellos con tal misterio, con tan grandes precauciones, que nunca *nos puedan sorprender. Y que nadie tema que esto disminuirá sus delicias: el misterio aumenta el placer. Por otra parte, una conducta semejante asegura la impunidad, ¿y no es la impunidad el alimento más delicioso de los libertinajes?
……
Todas las escenas de fornicación comienzan con un momento de calma: parece que se quiera saborear la voluptuosidad por entero y que se tema dejarla escapar al hablar. Me habían aconsejado que gozase con atención, con el fin de comparar; yo estaba en un éxtasis delicioso; y tengo que confesar que los increíbles placeres que recibía de las vivas y reiteradas sacudidas del pene de Télème en el agujero de mi culo, las angustias lúbricas en que me sumergían los lengüetazos de la abadesa sobre mi clítoris, las escenas lujuriosas por las que estaba rodeada, por último, tantos episodios lascivos juntos, tenían a mis sentidos en un delirio en el que habría querido vivir eternamente.…




Introducción

Los personajes extraordinarios, al adelantarse o simplemente separarse de su época, suelen ser objeto del odio, producto del temor, de sus conciudadanos. Ocurre esto porque el pueblo, que ha sido educado en unas costumbres concretas y es demasiado simple como para concebir otras, observa con miedo cualquier actitud que se aparta de ellas; las personas importantes, en cambio, las conciben, pero las envidian y las temen, no vaya a ser que su influencia se vea afectada por la pujanza de estos nuevos protagonistas. Sin embargo, una vez han muerto, no se les ve ya como a seres peligrosos, sino como a rarezas que resultan interesantes e incluso atractivas. Entonces, las leyendas que se forjaron a su alrededor para calumniarlos, no hacen más que aumentar su aureola y volverlos más interesantes, y la sociedad acaba admirando al personaje muerto tanto como odió a la persona viva. A lo que antes se le llamó extraña manera de comportarse y actitud desafiante, ahora se le llama grandeza y fuerza de carácter; y lo que antaño fue considerado justo castigo por sus actos, palabras o pensamientos, ahora es heroico sufrimiento ante la incomprensión y la bajeza de sus contemporáneos.

La leyenda que se ha forjado alrededor de su persona resulta tan odiosa para las sociedades de casi cualquier época y lugar, que incluso después de muerto es difícil obtener para él el reconocimiento que merece. No creo que haya existido otro personaje capaz de llegar más lejos, aunque sea con la imaginación, dentro del terreno de la moral y la valoración de la libertad del ser humano.
Sobre su aspecto físico se cuenta que era de mediana estatura, y bien proporcionado, pero su larga estancia en prisión le hizo engordar y acabó siendo un tanto obeso. Tenía una imagen agradable, los ojos azules y el pelo rubio. La dulzura de su carácter, que muchos alababan en su juventud, se vio siempre perjudicada por su prepotencia y sus aires de superioridad. Él mismo criticaba, siendo ya mayor, los mimos y los favores de que fue objeto siendo niño. Creía que todos los demás debían plegarse a sus caprichos y esto, unido, a su carácter impulsivo y romántico, le perjudicó enormemente durante toda su vida.

Sade fue, sin duda, un personaje singular. Él mismo lo expresa así: Perdonad mis defectos, es el espíritu de la familia que me domina, y si debo hacerme un reproche, es de haber tenido la desgracia de nacer en ella. Dios me guarde de todas las ridiculeces y los vicios de que está infestada. Me creería casi virtuoso si Dios me concediera la gracia de no adoptar más que una parte.
Su padre, el conde de Sade, ofreció un buen ejemplo de libertinaje a su hijo. Tras algunos años junto a su familia, en Provenza,  se marchó a París. No se abstuvo de intrigas en la corte y aspiró siempre a lo más alto, dilapidando una buena parte de su fortuna en bailes y fiestas de la más alta sociedad y llegando a pretender a algunas de las mujeres más famosas de su tiempo, como madame de Pompadur o madmoiselle de Charolais. Tampoco se abstuvo del vicio con los jóvenes de su mismo sexo que se prostituían por las calles de París. Sin embargo, no fue una persona ciertamente vulgar, sino un hombre ingenioso y culto que se dedicó también la literatura, aunque fuese a título privado y sin intención de publicar. Por lo que se cuenta, hubo muchos hombres en aquella época que, pese a su excelente formación, demostraron un gran apego al vicio, aunque no por ello dejaban de ser ingeniosos y de poseer un cierto encanto. Uno de estos hombres fue el tío del marqués de Sade, Jacques-François Paul Aldonse, al que se suele conocer como el abad de Sade. Este cura libertino fue un auténtico prototipo del religioso de vida alegre, que por la mañana se entretenía rezando a Dios, por la tarde leyendo a Horacio y por la noche fornicando a una prostituta. Tanto él como su hermano el conde fueron amigos personales de Voltaire y de madame de Châtelet.

Su padre, después de muchas aventuras, acabó casándose con Marié-Éléonore, una princesa de la família Condé, que por aquel entonces tenía una gran influencia en Francia. Fruto de este matrimonio nacería su hijo Donatien, que pasaría a la historia como el marqués de Sade.



Los Primeros Años

El 2 de Junio de 1740, el conde de Sade, Jean-Baptiste, y su esposa Marié-Éléonore vieron nacer al heredero de la casa, al futuro conde de Sade, al que pusieron de nombre Donatien Alphonse François. Mientras viviese su padre, el título que ostentaría sería el de marqués, con el que la Historia acabaría conociéndolo.

El conde mantuvo siempre una gran preocupación por la educación de su hijo, intentando relacionarlo con lo más elevado de la sociedad francesa y realizando enormes sacrificios para que no le faltase nada, ni siquiera de lo que no es necesario. Esto tuvo un efecto muy negativo en su formación, y el propio marqués será quien diga, unos años más tarde, que con tantos cuidados no se consiguió otra cosa que desarrollar sus vicios. A esto contribuyeron también algunas mujeres amigas y parientes del conde de Sade, que en diferentes épocas estuvieron al cuidado del jovencito (que, por lo que se cuenta, les resultaba encantador).Dado que su madre pertenecía a la família de los Condé, tuvo la ocasión de pasar los primeros años de su vida en un palacio cercano a París, rodeado de todo el lujo y los cuidados que él mismo criticará más tarde.

Al cumplir cinco años, su padre decide que ya es hora de que se traslade a Provenza, donde están las posesiones de la casa de Sade, de modo que marchó al castillo de Saumane, muy diferente al palacio donde se había criado hasta entonces, y mucho más parecido a los escenarios de su futuras novelas: aislado, sombrío y lleno de mazmorras. Allí pasó algunos años felices en compañía de unas mujeres amigas de su padre que lo empeoraron, mimándolo, y de su tío el abad, que tanto le ayudaría en su formación humanística y que tanto le inspiraría en el futuro, pues allí pudo comprobar también el Marqués el libertinaje de este buen ministro de Dios, que siempre estaba bien abastecido de prostitutas. Junto a su tío, el marqués recibió una gran fromación cultural. En la biblioteca de la família podrá leer a los más grandes autores antiguos y modernos, y aprender de ellos lo suficiente para superarlos.

Volvió a París al cumplir los diez años, para entrar en el colegio Louis-le-Grand, uno de los más prestigiosos del momento, regentado por los jesuitas. Aquí nació la pasión del marqués por el teatro, pues era una práctica habitual de la escuela realizar representaciones periódicamente. También sugieren algunos que aquí recibió las primeras impresiones en lo referente a la fustigación y también en lo referente a la sodomía. Se consideraba en aquella época que el castigo del látigo o las varas era un castigo noble, en contraposición a las bofetadas o los tirones de orejas, por ejemplo. Incluso existían tratados sobre ello, y realmente era una práctica habitual en los colegios, para reprimir a los alumnos que no cumplían las normas disciplinarias. Respecto a la sodomía, también existían muchas sospechas de que se practicaba más o menos habitualmente y de que los maestros la fomentaban entre sus alumnos y la practicaban con ellos.

A los catorce años su padre lo saca el colegio para que se incorpore al ejército. Poco tiempo después estalló la guerra con Prusia y, según parece, Sade cumplió valerosamente con sus deberes militares. Todo el mundo alaba en esta época "la extrema dulzura de su carácter". Su padre se preocupa mucho por apartarle de las malas compañías, pues parece ser que el ejército también estaba infestado de todos los vicios. Sin embargo, el joven ya comenzaba a dar muestras de sus inclinaciones, y ya nunca sería posible apartarlo de ellas.

En 1763, al acabar la Guerra de los Siete años, se licencia. Su padre, que ya le buscaba esposa desde hacía tiempo, consigue casarlo con Renée-Pélagie, hija del presidente de Montreuil, una joven no muy agraciada, pero de buena posición económica y de un carácter prudente y sincero. Ya por esta época el marqués era un libertino rematado, y seguramente su padre pretendía apaciguar sus costumbres por medio de esta unión.



El Marqués Libertino

Una vez casado, Sade se traslada a París, con su esposa, al palacio de Montreuil. En un primer momento consigue ganarse su afecto y el de toda su familia. Incluso la presidenta de Montreuil, dama autoritaria y de moral estricta, se muestra encantada con él, y el reciente embarazo de la señora de Sade hace aumentar la felicidad familiar. Pero pronto su libertinaje empieza a salir a flote y a crearle problemas.

A los tres meses sufre su primera detención: las declaraciones de una joven con la que se había entregado a ciertos actos sacrílegos le conducen al torreón de Vicennes, donde permanece 15 días. Las gestiones de su suegra le permiten escapar airosamente de la situación y durante una temporada se dedica a una de sus grandes pasiones: el teatro. Pero se encuentra ya demasiado ligado al libertinaje como para abandonarlo durante mucho tiempo. Los episodios con ciertas damas o con prostitutas se suceden, alcanzando uno de sus puntos culminantes con su viaje a La Coste junto a Mlle. Beavousin, una famosa cortesana.

Pero el auténtico escándalo llega a consecuencia de una escena sádica ocurrida en Alcueril. Allí, el marqués practica algunas torturas (azotes, cortes, cera incandescente, ...) con una joven llamada Rose Keller, y ésta se atreve a denunciarlo. Es encarcelado y, después de siete meses de gestiones, traslados y declaraciones, recupera la libertad, gracias, una vez más, a las maniobras de su suegra, más preocupada por evitar el escándalo que por ayudar a su yerno. Este caso tuvo especial importancia porque hasta entonces, aunque muchos conocían el libertinaje del marqués, se consideraba que formaba parte de la habitual conducta licenciosa de los nobles. Pero a raíz de este suceso de Alcueril, la prensa francesa y la extranjera se cebaron en Sade y explotaron al máximo el escándalo. Es a partir de este momento cuando comienza a surgir la leyenda del marqués de Sade como símbolo del mal.
Maurice Lever considera (y le creo) que muchas de estas acusaciones eran injustas, no tanto porque fuesen infundadas (y en parte lo eran, pues el pueblo siempre quiere que los malvados parezcan peores de lo que son para poder castigarlos), sino porque, en todo caso, había muchas otras personas a las que se podría haber denunciado por hechos parecidos o mucho peores, pero que, gracias a sus influencias, permanecían inmunes e incluso con fama de buenos ciudadanos. Sade tenía el inconveniente de ser demasiado orgulloso para ir a la corte a arrastrase a los pies de las personas influyentes. A pesar de su alta cuna y su fortuna, era un personaje relativamente débil y aislado. Era, en fin, la cabeza de turco perfecta: noble y libertino, pero sin poder suficiente para enfrentarse a sus enemigos. El país necesitaba un personaje así para crucificarlo y él fue ese personaje. Más tarde, estando, encarcelado, ya se quejaría de esta injusticia.

Ante tal situación, el rey le obliga a permanecer en su residencia de La Coste, en la que se dedica muy activamente al teatro. Pero en seguida vuelve, aprovechando un permiso real para hacerse cuidar sus hemorroides, y esto le permite asistir al nacimiento de su segundo hijo. También realiza un viaje de un mes a Holanda y se reincorpora al ejército durante una corta temporada. En esta época la hermana de su esposa, Anne Prospère, que era canonesa en un convento de jovencitas, visitó La Coste con la intención de recuperarse de su delicado estado de salud. Allí, la joven llama la atención del abad de Sade, que naturalmente es rechazado; Donatien, en cambio, parece ser que sí consiguió conquistarla. Pero cuando la presencia de su mujer, de sus hijos, de su cuñada y de su apreciado tío le pueden devolver la alegría, cuando su afición al teatro, a la que dedica tanto tiempo cada vez que se retira a La Coste, puede contribuir también a darle la felicidad, un suceso estúpido dio al traste con todo y marcó definitivamente su vida.

Un buen día el marqués decide hacer una escapada a Marsella, con la intención de dar rienda suelta a su libertinaje. Lleva con él a su criado Latour y le encarga que reclute a unas cuantas prostitutas para una orgía. La orgía se produce y, a juzgar por los testimonios es relativamente "normal", teniendo en cuenta los gustos del marqués. Un poco de fustigación, activa y pasiva, unas cuantas escenas sodomitas entre él y su criado, y únicamente la curiosidad de hacer ingerir a dos de las cuatro jóvenes a las que invitó, pastillas de anís que contenían cantárida, un afrodisíaco bien conocido desde la antigüedad, que el marqués pretendía usar para provocar la excitación anal de las jóvenes e incluso producirles ventosidades. Pero cometió el error de excederse en la dosis, y las jóvenes enfermaron durante unos días. El caso se denunció como si el marqués hubiese intentado asesinarlas, y el resultado fue que al poco tiempo las autoridades se presentaron en La Coste para conducirlo a presencia de la justicia. Sade creyó que todo estaba perdido y huyó. Los jueces, por su parte, obraron con una cierta mala fe y acabaron declarándolo culpable, aunque las jóvenes se recuperasen unos días más tarde y no se dispusiera de pruebas concluyentes. A él y a su criado se les acusaba del gravísimo delito de sodomía y a él en particular de envenenamiento. Por ello fue quemado en efigie en Aix y se le persiguió.

 Esta condena agravó aún más el odio que siempre sintió por los jueces. El marqués fue siempre un defensor de la libertad individual; le molestaba que el estado, representado por un grupo de seres insensibles que basaban su a autoridad en adoptar un aire grave, pusiese barreras a los placeres del individuo. Esta repugnancia se nota especialmente en que muchos de sus libertinos, pero sobre todo los más repulsivos, son jueces o ejercen alguna actividad ligada con la justicia. Curval, el más detestable de todos sus personajes es, probablemente el mejor ejemplo

Escapó a Italia en compañía de su cuñada, que al cabo de unos días volvió a Francia con su hermana. El marqués también vuelve al cabo de un tiempo, pero comete el error de revelarle a la presidenta su situación, creyendo que le ayudará. Ésta se ha transformado en su peor enemigo, sin duda enfadada por el idilio que mantenía con Anne-Prospère, por lo que hace detener a Sade, que es enviado a Miolans. El marqués era una persona especialmente sensible a la pérdida de libertad. Obsesionado con la idea de salir de la cárcel, planea escaparse y lo consigue.

Durante una larga temporada se ve obligado a ir de un lugar a otro, huyendo de los esbirros e la presidenta, y dejando a su esposa la administración de sus asuntos. Ésta da muestras de una gran devoción y se esfuerza al máximo para que sea perdonado, enfrentándose continuamente a su madre. Durante el invierno de 1774-1775, Sade se instala en La Coste junto a ella y contrata a varios jóvenes de uno y otro sexo para tareas tan diversas como "ama de llaves", "secretario", etcétera, pero en realidad, según suele admitirse, para montar sus orgías particulares. Algunas de las jovencitas se quejan del trato del marqués e intentan denunciarle, presentando como pruebas las marcas que conservan en sus cuerpos, pero Sade y su mujer, que le ayuda en todo, consiguen, tras muchos esfuerzos, impedir que las niñas hablen antes de que sus cuerpos estén totalmente curados.
Pero por si acaso, Sade escapa a Italia, y se dedica a recorrer sus ciudades, interesándose por todo, con vistas a escribir un Viaje a Italia. También dedicó su tiempo a otros menesteres como seducir a una madre de familia, a la que naturalmente tuvo que abandonar, dejándola en una profunda desesperación, o alternar con otros libertinos y sinvergüenzas como Ange Gourard o el cardenal de Bernis, amigos también del famoso Casanova.

En junio de 1776, se ve obligado a volver a Francia. Cierto estafador francés había huido a Italia bajo el pseudónimo de "conde de Mazan", que era justamente el mismo que usaba el marqués de Sade. La policía italiana lo buscaba para devolverlo a su país, lo cual dejaba a Sade en una difícil situación, por lo que decidió irse por su propio pie. Una vez allí, vuelve a reclutar jovencitas para su castillo de La Coste. El padre de una de ellas, que hacía de cocinera y a la que Sade llamaba "Justine", se presenta en el castillo y pretende llevársela a punta de pistola. Como no lo consigue, se apresura a denunciar el caso. Sade, en ese momento, viaja a París para visitar el lecho de su madre, que acaba de morir. Naturalmente, la presidenta no pierde esta ocasión para apresarlo. Sade es detenido y conducido a Vicennes.

Al poco tiempo se reabre el caso de Marsella y los nuevos jueces se dan cuenta de que ha sido tratado de una manera un tanto arbitraria, por lo que piden que el marqués se presente de nuevo ante el tribunal, para reabrir el caso. Así se hace y con éxito, pues la sentencia acaba diciendo que todo se reduce a una cuestión de libertinaje, y únicamente le condenan a no poner los pies en Marsella durante tres años y a pagar una multa. Pero cuando Sade ya se cree liberado, la presidenta consigue que se mantenga su detención por otras causas y el inspector Marais se prepara para conducirlo de nuevo a Vicennes. Ante tal perspectiva, el marqués se escapa en cuanto encuentra una ocasión y se esconde en La Coste, pero la policía se presenta allí a los pocos días y es conducido de nuevo a su celda.



La Cárcel

Aunque ya había estado encerrado en varias ocasiones, es ahora cuando Sade experimenta con más crudeza y durante más tiempo su estancia en prisión. Su reclusión está marcada por una auténtica serie de obsesiones que expresa en sus cartas, la mayoría de ellas dirigidas a su mujer. La más importante de esas obsesiones es, lógicamente, la fecha de su salida de prisión.

Sobre todo, llama la atención la extraña manía que tiene el marqués con ciertas cuestiones aritméticas. En cada cifra cree ver un signo, constantemente compara, suma, resta y cree obtener respuestas a ciertas preguntas, como si quienes le rodean hablasen un extraño lenguaje numérico. De nada sirven las repuestas de su mujer asegurándole que todo eso son imaginaciones suyas y que ella no tiene intención de comunicarle nada a través de un juego tan extraño.
Otra de sus obsesiones más importantes es la del paseo y el ejercicio físico, que dice necesitar como el aire que respira. Para un hombre tan activo como él, interesado por todo, ávido de experiencias y acostumbrado a la libertad total, la reclusión debió ser un castigo muy duro, y en sus cartas se puede comprobar que, dejando a un lado su tendencia natural a exagerarlo todo, realmente sufría muchísimo.

También intenta, por supuesto, justificar su conducta y demostrar que es inocente, al menos lo suficiente como para no merecer una reclusión tan larga y en estas condiciones. Ya he mencionado antes que el marqués de Sade fue empleado, probablemente, como cabeza de turco para contentar al pueblo, que estaba ya harto de los abusos de los nobles. El marqués era consciente de ello y se queja amargamente de que otros peores que él anden libres, mientras él se encuentra encerrado por culpa de unos hechos relativamente insignificantes.

En Vicennes permanece encerrado entre 1778 y 1785. Luego es trasladado a la Bastilla hasta pocos días antes de la revolución. Lo que impidió que el marqués de Sade se encontrase en la Bastilla el histórico día en que fue asaltada es curioso y guarda incluso una cierta relación con el propio asalto.
Es bien sabido lo maniático que era el marqués con ciertos detalles y costumbres, una de las cuales era la del paseo. Las autoridades de la Bastilla decidieron negárselo y el marqués, furioso, cogió un hierro y comenzó a golpear los barrotes de su celda, que daba a la calle, para llamar la atención de las personas que paseaban por allí, gritando que los presos estaban siendo degollados por sus carceleros. Ante los enormes problemas que ocasionaba, las autoridades decidieron trasladarlo al manicomio de Charenton. No duró mucho tiempo allí, ya que a los pocos días, el pueblo toma la Bastilla y libera a los pesos del antiguo régimen, devolviendo al maqués de Sade, como a tantos otros franceses, la libertad.



El Período Revolucionario

Nada más ser liberado el marqués, su mujer se apresura a separarse de él, no se sabe bien por qué. El caso es que el ciudadano Sade se encuentra totalmente libre y desligado de sus anteriores vínculos, pero al mismo tiempo aislado y sin recursos. Ante las nuevas ideas que dominan Francia y la situación tan peligrosa para un antiguo noble, decide adoptar la profesión de escritor. A partir de ahora será "M. Sade, homme de lettres". Se apunta en la Sociedad de Autores y dedica todos sus esfuerzos a que se representen sus obras de teatro.

 Son obras de teatro inocentes y "normales", como las que habría podido escribir cualquier otro autor, y no peores, por lo que se dice. Parece como si nuestro siglo se esforzase en fijarse en lo que el siglo de Sade quiso ignorar y viceversa. Se critica a Sade por sus libros escandalosos, cuyas ediciones y traducciones se multiplican y, en cambio, se ignoran estos otros, considerándolos poco interesantes. El caso es que, a pesar de su inocencia, algunas de estas obras fueron rechazadas por cuestiones morales, con unos argumentos que hoy nos parecerían inauditos, pero que en ese momento, con los ánimos tan exaltados como estaban ante la situación del país, eran comprensibles. Curiosamente, la más inmoral de todas, la historia del conde Oxtiern, fue la primera en representarse, no sin un cierto escándalo.

Paralelamente, pero a escondidas, Sade trabajaba en la redacción y publicación de sus novelas (Justine, Aline y Valcour, Juliette,..). El carácter radical de muchas de estas obras obligó siempre a Sade a esconderse y a negar ser el autor de tales manuscritos. La misma Justine, a pesar de ser indiscutiblemente suya y su obra más famosa, siempre sufrió este rechazo. Ya estaba la situación bastante delicada como para atreverse a declararse autor de libros como estos. Si los publicaba era, en gran parte, porque necesitaba el dinero. Ocurre que, aunque de manera más o menos velada, las novelas picantes gozaban de cierto prestigio en una parte del público, y Sade ve en ello una buena oportunidad de conseguir el dinero que tanto necesita. Sin embargo, no quiere que se le confunda con la mayoría de escritores eróticos, a los que desprecia extraordinariamente. En la Historia de Juliette comenta las obras de estos autores, considerándolas miserables folletos hechos en los cafés y burdeles, que prueban en sus mezquinos autores dos vacíos a la vez: el de la mente y el del estómago. La lujuria, hija de la opulencia y la superioridad, sólo puede ser tratada por personas de cierto temple,... por individuos en fin, que, acariciados primero por la naturaleza, lo sean a continuación después por la fortuna por haber ensayado ellos mismos lo que nos traza con su pincel lujurioso; y esto es absolutamente imposible para los granujas que nos inundan con los despreciables folletos de los que hablo.

En este momento es cuando conoce a Marie-Constance Renelle, a la que dedica Justine. Esta mujer a la que el apoda "Sensible", estaba casada con un tal Quesnet, que marchó a las indias, dejándola a ella y a su hijo en Francia. Sade sintió un gran afecto por ella y la contrató como ama de llaves. Incluso le leía sus obras para que ella diese su opinión, igual que hacía Rousseau. Constance se convirtió a partir de entonces en su mujer de hecho, y le ofreció un valioso apoyo en los momentos difíciles.
Sorprende sin duda ver al marqués marearse ante la idea de la pena de muerte, él que ha escrito obras plagadas de crímenes y atrocidades. ¿A qué se debe esta disparidad? Nunca se sabrá, pero quizás resulte más comprensible si pensamos en la diferencia que separa al crimen del libertino, realizado por placer, con premeditación, y con mil detalles destinados a excitar la sensibilidad, del crimen de estado, frío y seco, que pretende justificarse a sí mismo como necesario, como una consecuencia de ciertas leyes que limitan la libertad del hombre y que, bajo la apariencia de defender el orden y la paz de la sociedad, esconden la tiranía de quienes tienen poder suficiente para imponerlas. El marqués de Sade fue, más que un ilustre libertino, un ilustre defensor de la libertad del ser humano, un enemigo de las restricciones impuestas por la sociedad, un hombre que se planteó siempre la cuestión de hasta dónde puede llegar una persona que pueda llevar a la práctica sus caprichos, sin que las pesadas normas que le imponen sus conciudadanos vengan a restringirlos. De ahí que para él la pena de muerte fuese la máxima aberración.

Bajo el Terror de Robespierre, Sade es arrestado y se le envía a la guillotina. Varias acusaciones estúpidas, que pretenden desenterrar los hechos por los que ya cumplió condena bajo la monarquía, vienen a desembocar en una acusación que lo considera enemigo de la revolución. Con eso basta en esta época para morir. El propio marqués escribió:
"Es preciso ser prudente con la correspondencia, jamás el despotismo abrió tantas cartas como abre ahora la libertad."

De este modo, el terrible marqués, que ya ha pasado media vida en prisión por culpa de ciertas faltas insignificantes y que no ha perjudicado a nadie tras la toma de la Bastilla e incluso ha apoyado la causa revolucionaria, es conducido hacia la muerte, al igual que muchos otros inocentes, por los discípulos de Rousseau, por los defensores de la libertad. Sin embargo, en el último momento, cuando ya le llevaban en el carro junto a los otros condenados, las autoridades le dejan en libertad. ¿Por qué? Se especula con hipótesis referentes a la incompetencia burocrática del momento, al caos reinante, o también a las acciones de Constance que, desde fuera, hacía cuanto podía para que el marqués fuese liberado. Sea como fuere, Sade se libró de la muerte y decidió apartarse totalmente de la política, en vista de lo inestable de la situación.



El Autor

Durante todo el periodo revolucionario, Sade tuvo importantes problemas de dinero. Todos los nobles y los defensores del antiguo régimen fueron perseguidos y aún tuvo suerte de no acabar guillotinado. Sus hijos habían emigrado a Alemania, y ser padre de emigrados era, en ese momento, casi un sinónimo de enemigo de la revolución. Pero ha conseguido librarse de la muerte y ahora le toca librarse de la pobreza. Se ve obligado a vender sus posesiones y, al no tener otra profesión, recurre a la de escritor. Es en esta época cuando publica muchas de sus obras (La nueva Justine, seguida de la historia de Juliette, su hermana, Los crímenes del amor, La filosofía en el tocador, ...), pero aun así, pasa una gran necesidad.

Además, otro problema viene a sumarse al económico: cada vez más gente sospecha que él es el autor de Justine, e incluso aparecen artículos en los periódicos que le atribuyen la obra y arremeten contra él. La aparición de otras novelas libertinas como la Historia de Juliette no hace más que agravar la situación. Hace poco que ha vuelto a cambiar el régimen político: ahora es el cónsul Bonaparte el que dirige el destino del país. No importa: la monarquía encarceló a Sade por motivos morales, la revolución aprovechó los mismos argumentos y no va a ser Napoleón quien vaya a perdonarle. En 1801, Sade es detenido y juzgado por haber escrito Justine y la Historia de Juliette. Él lo niega, pero su fama es más fuerte que su palabra y acaba siendo recluido en el manicomio de Charenton.

Allí acabó su vida pública. En este horrible lugar permanecerá hasta su muerte, en 1814. Pero antes de que llegase ese momento, aún tuvo tiempo de realizar una actividad curiosa: organizar representaciones de teatro con los locos del manicomio. M. Coulmier, director del centro, era un hombre activo que se esforzaba por mejorar las condiciones de los reclusos tanto como podía. La idea de organizar representaciones le pareció buena y así, el marqués se encontró llevando a la práctica una de sus mayores aficiones en uno de los lugares que menos hubiese imaginado. Sin embargo, la idea tiene éxito y mucha gente viene desde París para contemplar la nueva "terapia contra la locura".
Aún tendrá que enfrentarse con algunas dificultades, pues todavía hay quienes le consideran peligroso, e intentan enviarlo a otro lugar en el que no tenga contacto con otras personas. Afortunadamente, estas gestiones no progresan y permanece en Charenton hasta el final de sus días.
Su epitafio (fue escrito por él mismo) revela perfectamente en qué consistió su vida:

Epitafio a D.A.F. de Sade,

Arrestado bajo todos los regímenes.
Paseante,
Arrodíllate para rezar
Por el más desdichado de los hombres.
Nació en el siglo pasado
Y murió en el que vivimos.
El despotismo, con su horrible mueca
En todo momento le hizo la guerra.
Bajo los reyes, ese monstruo odioso
Se apoderó de su vida entera;
Bajo el Terror reaparece
Y pone a Sade al borde del abismo;
Bajo el Consulado revive:
Sade vuelve a ser la víctima.

Efectivamente, fue apresado bajo todos los regímenes bajo los que vivió, aunque sus hechos probablemente no lo merecieran. Escuchemos lo que el propio marqués decía a este respecto:
"Sí, soy un libertino, lo reconozco; he concebido todo lo que puede concebirse en este sentido, pero ciertamente no he hecho todo lo que he concebido, ni lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un criminal ni un asesino, y, ya que se me fuerza a colocar mi apología junto a mi justificación, diré pues que, tal vez, sería posible que aquellos que me condenan tan injustamente como lo han hecho pudieran contrapesar sus infamias con mis buenas acciones tan probadas como las que yo puedo oponer a mis errores."

En efecto, su primera detención ocurrió por entregarse a actos sacrílegos con una prostituta. La llevó a una habitación y la obligó a realizar ciertos actos como los que se leen en sus obras (pisar un crucifijo, maldecir, fornicar poniendo una hostia consagrada en la entrada, etc.). También practicó un poco la fustigación con ella, pero parece ser que eso no impresionó mucho a los tribunales: todo radicaba en el sacrilegio. Pero, ¿acaso no habría ocurrido hoy en día lo contrario? ¿Qué tribunal moderno se atrevería a condenar a alguien por sacrilegio? Una pequeña multa o un corto arresto por azotar a la prostituta y nada más.

El caso de Alcueril, que tantos problemas le causó, sí que merecía realmente alguna temporada en prisión, pues parece ser que las torturas que ejerció sobre la joven eran de una cierta importancia. Sin embargo, ¿cuantas personas practican este tipo de torturas voluntariamente, incluso hoy en día? Además, hay pocas dudas respecto a que la joven se estuviese prostituyendo y, por lo tanto, aceptase hasta cierto punto someterse a los caprichos de su cliente, como ha ocurrido siempre, ocurre hoy en día, y seguirá ocurriendo en el futuro.

Sobre el caso de Marsella, la acusación de envenenamiento cae por su propio peso y las mejores pruebas son que las mujeres no murieron y que el mismo tribunal de Aix, cuando años más tarde reabrió el caso, encontró inocente al marqués. La acusación más grave que se hacía sobre él era la de sodomía, que pocos jueces se atreverían a sostener en nuestra época, ante el riesgo de ser acusados a su vez de discriminación. Una muestra más de lo débiles y cambiantes que son los juicios humanos.
En cuanto a sus detenciones tras la revolución francesa, básicamente debidas a Justine no deja de sorprender que una misma persona fuese arrestada tantas veces y bajo tantos gobiernos distintos, e incluso estuviese a punto de ser guillotinada por escribir un libro que hoy podemos encontrar en cualquier librería.

En general, no parece que los actos del marqués hayan sido tan espantosos como los que tanto abundan en sus obras, y la leyenda que lo presenta como un monstruo sanguinario parece ser más fruto de la imaginación de ciertas personas que del análisis exhaustivo de sus actos. Nunca fue acusado, al menos con un mínimo fundamento, de asesinar a nadie ni de haberlo intentado. Los hechos libertinos de los que se le acusa no parecen haber sido peores que los de cualquier noble libertino de la época, e incluso menos graves que los de otros, como el conde de Charolais, y si bien algunos de sus actos pueden considerarse vergonzosos, la reacción de los gobiernos y los jueces sobre él no fue menos desmesurada e injusta.



Pensamiento

Sostuve mis extravíos con razonamientos. No me puse a dudar. Vencí, arranqué de raíz, supe destruir en mi corazón todo lo que podía estorbar mis placeres. D. A. F. Sade77
Para Simone de Beauvoir, Sade fue un hombre racionalista, que necesitaba comprender la dinámica interna de sus actos y los de sus semejantes, y que sólo se afilió a las verdades dadas por la evidencia. Por eso fue más allá del sensualismo tradicional, hasta transformarlo en una moral de singular autenticidad. Según esta autora, las ideas de Sade se anticiparon a las de Nietzsche, Stirner, Freud y el surrealismo, pero su obra resulta en buena medida ilegible, en sentido filosófico, y llega incluso a la incoherencia.

Para Maurice Blanchot, el pensamiento de Sade es impenetrable, pese a que abunden en su obra los razonamientos teóricos, y a que estén expresados con claridad, y respeten escrupulosamente las disposiciones de la lógica. En Sade, el uso de sistemas lógicos es constante; retorna con paciencia sobre un mismo asunto una y otra vez, mira cada cuestión desde todos los puntos de vista, examina todas las objeciones, responde a ellas, encuentra otras a las cuales responde también. Su lenguaje es abundante, pero claro, preciso y firme. Sin embargo, para Blanchot, no es posible ver el fondo del pensamiento sadiano o hacia dónde se dirige exactamente, ni de dónde parte. Así, tras la intensa racionalización hay un hilo conductor de completa irracionalidad.

Según Blanchot, la lectura de la obra de Sade genera en el lector un malestar intelectual frente a un pensamiento que siempre se reconstruye, tanto más en la medida en que el lenguaje de Sade es sencillo, y no recurre a figuras retóricas complicadas ni a argumentos rebuscados.
Para Sade, la razón es la facultad natural para que el ser humano se determine por un objeto u otro, en proporción a la dosis de placer o de daño recibido de esos objetos: cálculo sometido de modo absoluto a los sentidos, puesto que sólo de ellos se reciben las impresiones comparativas que constituyen o los dolores de los que se quiere huir o el placer que se debe buscar. Así pues, la razón no es más que la balanza con la que pesamos los objetos, y por la cual, poniendo en el peso aquellos objetos que están lejos de nuestro alcance, conocemos lo que debemos pensar por la relación existente entre ellos, de tal forma que sea siempre la apariencia del mayor placer lo que gane. Esta razón, en nosotros como en los animales, que también la tienen, no es más que el resultado del mecanismo más tosco y más material. Pero como no existe para Sade otro medio más confiable de verificación, sólo a él es posible someter la fe hacia objetos sin realidad

Para Sade, cada quien debe hacer lo que le plazca, y nadie tiene otra ley que la de su placer. Esta moral está fundada en el hecho primero de la soledad absoluta. La naturaleza hace al hombre nacer solo, y no existe ninguna especie de relación entre un hombre y otro. La única regla de conducta es, pues, que el hombre prefiera todo lo que le convenga, sin tener en cuenta las consecuencias que esta decisión pueda acarrear al prójimo. El mayor dolor de los demás cuenta siempre menos que el propio placer, y no importa comprar el más débil regocijo a cambio de un conjunto de desastres, pues el goce halaga, y está dentro del hombre, pero el efecto del crimen no le alcanza, y está fuera de él. Este principio egoísta está, para Blanchot, perfectamente claro en Sade, y se puede encontrar en toda su obra

Sade considera a todos los individuos iguales, por lo que cada quién tiene el derecho de no sacrificarse a la conservación de los demás, incluso si la propia felicidad depende de la ruina de otros. Todos los hombres son iguales; ello quiere decir que ninguna criatura vale más que otra y por lo mismo, todas son intercambiables, ninguna tiene sino la significación de una unidad en un recuento infinito. Enfrente del hombre libre, todos los seres son iguales en nulidad y el poderoso, al reducirlos a nada, no hace sino volver evidente esa nada. Además, formula la reciprocidad de derechos mediante una máxima válida tanto para las mujeres como para los hombres: darse a todos aquellos que lo desean y tomar a todos aquellos a quienes deseamos. « ¿Qué mal hago, qué ofensa cometo, diciendo a una bella criatura, cuando la encuentro: préstame la parte de tu cuerpo que puede satisfacerme un instante y goza, si eso te place, de aquella del mío que puede serte agradable?». Semejantes proposiciones le parecen irrefutables a Sade

Para Sade, el poder es un derecho que debe ser conquistado. Para unos, el origen social les hace más asequible el poder, mientras que otros deben alcanzarlo desde una posición de desventaja. Los personajes poderosos de sus obras, dice Blanchot, han tenido la energía de elevarse por encima de los prejuicios, contrario al resto de la humanidad. Unos están en posiciones privilegiadas: duques, ministros, obispos, etc., y son fuertes porque forman parte de una clase fuerte. Pero el poder no es solamente un estado, sino una decisión y una conquista, y sólo es realmente poderoso aquel que es capaz de lograrlo por medio de su energía. Así pues, Sade también concibe a personajes poderosos que han salido de las clases más desfavorecidas de la sociedad y, de este modo, el punto de partida del poder es la situación extrema: la fortuna, por una parte, o la miseria, por otra. El poderoso que nace en medio de privilegios está demasiado arriba como para someterse a las leyes sin decaer, mientras que el que ha nacido en la miseria está demasiado abajo como para conformarse sin perecer. Así, las ideas de igualdad, desigualdad, libertad, revuelta, no son en Sade sino argumentos provisionales a través de los cuales se afirma el derecho del hombre al poder. De este modo, llega el momento en que las distinciones entre los poderosos desaparecen, y los bandoleros son elevados a la condición de nobles, a la vez que éstos dirigen pandillas de ladrones.



Obra

Muchas de las obras de Sade contienen explícitas descripciones de violaciones e innumerables perversiones, parafilias y actos de violencia extrema que en ocasiones trascienden los límites de lo posible. Sus protagonistas característicos son los antihéroes, los libertinos que protagonizan las escenas de violencia y que mediante sofismas de todo tipo justifican sus acciones.

Sade fue un autor prolífico que se adentró en diversos géneros. Gran parte de su obra se perdió, víctima de varios ataques; entre ellos, los de su propia familia, que destruyó numerosos manuscritos en más de una ocasión. Otras obras permanecen inéditas, principalmente su producción dramática (sus herederos poseen los manuscritos de 14 obras de teatro inéditas).

En 1782, también mientras estaba en prisión, escribió el relato corto Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, en el que expresa su ateísmo mediante el diálogo entre un cura y un viejo moribundo, quien convence al primero de que su vida piadosa ha sido un error.

En 1787, Sade escribió Justine o los infortunios de la virtud, una primera versión de Justine, que fue publicada en 1791. Describe las desgracias de una chica que elige el camino de la virtud y no obtiene otra recompensa que los repetidos abusos a los que es sometida por varios libertinos. Sade escribió también L'Histoire de Juliette (1798) o El vicio ampliamente recompensado, que narra las aventuras de la hermana de Justine, Juliette, quien elige rechazar las enseñanzas de la iglesia y adoptar una filosofía hedonista y amoral, lo que le proporciona una vida llena de éxito.

La novela Los 120 días de Sodoma, escrita en 1785, aunque no terminada, cataloga una amplia variedad de perversiones sexuales perpetradas contra un grupo de adolescentes esclavizados, y es el trabajo más gráfico de Sade. El manuscrito desapareció durante la toma de la Bastilla, pero fue descubierto en 1904 por Iwan Bloch, y la novela fue publicada en 1931-1935 por Maurice Heine.
La novela La filosofía en el tocador (1795) relata la completa perversión de una adolescente, llevada a cabo por unos «educadores», hasta el punto que termína matando a su madre del modo más cruel posible. Está escrita en foma de diálogo teatral, incluyendo un extenso panfleto político, ¡Franceses! ¡Un esfuerzo más si deseáis ser republicanos!, en el que, coincidiendo con la opinión del «educador» Dolmancé, se hace un llamamiento a profundizar en una revolución que se considera inacabada. El panfleto fue vuelto a publicar y distribuido durante la Revolución de 1848 en Francia.

El tema de Aline y Valcour (1795) es recurrente en la obra de Sade: una pareja de jóvenes se quieren, pero el padre de ella trata de imponer un matrimonio de conveniencia. La novela se compone de varias tramas; la principal, narrada mediante una serie de cartas que se cruzan los distintos protagonistas, y los dos viajes y peripecias de cada uno de los jóvenes: Sainville y Leonore. En el viaje de Sainville se incluye el relato de la isla de Tamoe, descripción de una sociedad utópica. Este fue el primer libro que Sade publicó con su verdadero nombre.

En 1800 publicó una colección de cuatro volúmenes de relatos titulada Los crímenes de amor. En la introducción, Ideas sobre las novelas, da un consejo general a los escritores y hace referencia asimismo a las novelas góticas, especialmente a El monje de Matthew Gregory Lewis, que considera superior al trabajo de Ann Radcliffe . Uno de los relatos de la colección, Florville y Courval, ha sido considerado también como perteneciente al género «gótico». Es la historia de una joven mujer que, contra su voluntad, termina enredada en una intriga incestuosa.

Mientras estaba encarcelado nuevamente en Charenton, escribió tres novelas históricas: Adelaide de Brunswick, Historia secreta de Isabel de Baviera y La marquesa de Gange. Escribió también varias obras de teatro, la mayor parte de las cuales permanecieron inéditas. Le Misanthrope par amour ou Sophie et Desfrancs fue aceptada por la Comédie-Française en 1790 y Le Comte Oxtiern ou les effets du libertinage fue representada en el Teatro Molière en 1791.

Su obra más difundida en su tiempo y durante el siglo XIX fue Justine o los infortunios de la Virtud. Sade intentó que fuese un revulsivo en la literatura francesa de la época que consideraba moralista:
El triunfo de la Virtud sobre el vicio, la recompensa del Bien y el castigo del Mal son la base frecuente del desarrollo de las obras de este género. ¿No deberíamos estar hartos ya de este esquema? Pero presentar al Vicio siempre triunfante y a la Virtud víctima de sus propios sacrificios [...] En una palabra, arriesgarme a describir las escenas más atrevidas y las situaciones más extraordinarias, a exponer las afirmaciones más aterradoras y a dar las pinceladas más enérgicas...

Carta a su amiga Constance
La crítica deploró esta obra, que se publicó anónima y circuló clandestinamente. Fue considerada obscena e impía y a su autor se le calificó de depravado: «El corazón más depravado, la mente más degradada, no son capaces de inventar algo que ultraje tanto a la razón, al pudor y a la honestidad»;87 «...el famoso marqués de Sade, el autor de la obra más execrable que jamás haya inventado la perversidad humana».88 Un escritor de la época, Restif de la Bretonne, escribiría en contestación a Justine, La anti-Justine o las delicias del Amor. Y la contundente contestación de Sade a una virulenta crítica de otro escritor, Villeterque, hoy se ha hecho célebre (A Villeterque el fuliculario).

A pesar de que su edición fue clandestina, circuló profusamente. En vida de Sade se hicieron seis ediciones de la misma y los ejemplares pasaban de mano en mano, leyéndose de forma oculta, convirtiéndose en una «novela maldita». En el siglo XIX continuó circulando clandestinamente, influyendo en escritores como Swinburne, Flaubert, Dostoievski y en la poesía de Baudelaire (entre los muchos en los que se ha querido ver la influencia sadiana).



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