Esta entrada solo pretende divulgar una figura muy mencionada y posiblemente poco leída. Esta
recopilación, mezcla de información en diferentes páginas de Internet, y un
extracto de uno de sus libros más reconocidos, puede que nos ayude a entender a
una figura que después de los siglos sigue vigente y creando polémica.
Juliette/PRIMERA PARTE
Justine y yo fuimos educadas en el convento de Panthemont.
Ustedes ya conocen la celebridad de esta abadía, y saben que, desde hace muchos
años, salen de ella las mujeres más bonitas y más libertinas de París. Es este
convento tuve como compañera a Euphrosine, esa joven cuyas huellas quiero
seguir y quien, viviendo cerca de la casa de mis padres, había abandonado la
suya para arrojarse en brazos del libertinaje; y como de ella y de una
religiosa amiga suya fue de quienes recibí los primeros principios de esta
moral que han visto con asombro en mí, siendo tan joven, por los relatos de mi
hermana, me parece que, antes de nada, debo hablaros de la una y de la otra...
contaros exactamente estos primeros momentos de mi vida en los que, seducida,
corrompida por estas dos sirenas, nació en el fondo de mi corazón el germen de
todos los vicios.
La religiosa en cuestión se llamaba Mme. Delbène; era
abadesa de la casa desde hacía cinco años, y frisaba los treinta cuando la
conocí. No podía ser más bella: digna de un retrato, una fisonomía dulce y
celeste, rubia, con unos grandes ojos azules llenos del más tierno interés, y
el porte de las Gracias. Víctima de la ambición, la joven Delbène fue encerrada
en un convento a los doce años, con el fin de hacer más rico a un hermano mayor
al que ella detestaba. Encerrada a la edad en que comienzan a desarrollarse las
pasiones, aunque Delbène no hubiese elegido todavía, amando el mundo y los
hombres en general, sólo después de inmolarse a sí misma, después de triunfar
en los más rudos combates, había conseguido que naciese en ella la obediencia.
Muy avanzada para su edad, habiendo leído a todos los filósofos, habiendo
reflexionado prodigiosamente, Delbène, al tiempo que se condenaba al retiro,
había conservado dos o tres amigas. Venían a verla, la consolaban; y como era
muy rica, seguían proporcionándole todos los libros y caprichos que pudiese
desear, incluso aquéllos que debían excitar más una imaginación... ya muy
exaltada, y que no enfriaba el retiro.
En cuanto a Euphrosine, tenía quince años cuando me uní a
ella.; llevaba ya dieciocho meses como alumna de Mme. Delbène cuando me
propusieron ambas que entrase en su sociedad, el día en que yo acababa de
cumplir mis trece años. Euphrosine era morena, alta para su edad, muy delgada,
con unos ojos muy bonitos, mucha gracia y vivacidad, pero menos bonita, mucho
menos interesante que nuestra superiora.
No necesito deciros que la inclinación a la voluptuosidad
es, en las mujeres recluidas, el único móvil de su intimidad; no es la virtud
lo que las une; es el vicio; gustas a la que se inclina hacia ti, te conviertes
en la amiga de la que te excita. Dotada del temperamento más vivo, desde la
edad de nueve años había acostumbrado a mis dedos a que respondiesen a los
deseos de mi cabeza, y, desde esta edad, no aspiraba más que a la felicidad de
encontrar la oportunidad de instruirme y lanzarme a una carrera cuyas puertas
me habría ya con tanta complacencia la naturaleza precoz. Euphrosine y Delbène
me ofrecieron pronto lo que yo buscaba. La superiora, que quería hacerse cargo
de mi educación, me invitó un día a comer... Euphrosine se hallaba allí, hacía
un calor insoportable, y este ardor excesivo del sol les sirvió de excusa a
ambas para el desorden en que las encontré: hasta tal punto era así que,
excepto una blusa de gasa, sujeta simplemente con un gran lazo rosa, estaban
prácticamente desnudas.
………………….
Los dedos de nuestra encantadora superiora acariciaban los pezones de mi seno, y su lengua se agitaba en mi boca. En seguida se dio cuenta de que sus caricias actuaban sobre mis sentidos con tal ímpetu que casi me sentía mal.
………………….
Tras estas palabras, me estira las piernas separándolas, y,
acostándose en la cama boca abajo, con su cabeza entre mis muslos, me besa el
sexo mientras que, ofreciendo a mi compañera las nalgas más hermosas que puedan
contemplarse, recibe de los dedos de esta bonita muchacha los mismos servicios
que me presta su lengua. Euphrosine, conocedora de los gustos de la Delbène,
alternaba sus escarceos con vigorosos golpes sobre el trasero, cuyo efecto me
pareció seguro sobre el físico de nuestra amable institutriz. Vivamente
electrizada por el libertinaje, la puta devoraba el caudal que hacía brotar
constantemente de mi pequeño coño. Algunas veces se paraba para mirarme... para
observarme en el placer.
…………………
La verdadera sabiduría, mi querida Juliette, no consiste en
reprimir los vicios, porque, siendo los vicios casi la única felicidad de nuestra
vida, sería un verdugo de sí mismo el que quisiera reprimirlos; la sabiduría
consiste en entregarse a ellos con tal misterio, con tan grandes precauciones,
que nunca *nos puedan sorprender. Y que nadie tema que esto disminuirá sus
delicias: el misterio aumenta el placer. Por otra parte, una conducta semejante
asegura la impunidad, ¿y no es la impunidad el alimento más delicioso de los
libertinajes?
……
Todas las escenas de fornicación comienzan con un momento de
calma: parece que se quiera saborear la voluptuosidad por entero y que se tema
dejarla escapar al hablar. Me habían aconsejado que gozase con atención, con el
fin de comparar; yo estaba en un éxtasis delicioso; y tengo que confesar que
los increíbles placeres que recibía de las vivas y reiteradas sacudidas del
pene de Télème en el agujero de mi culo, las angustias lúbricas en que me
sumergían los lengüetazos de la abadesa sobre mi clítoris, las escenas
lujuriosas por las que estaba rodeada, por último, tantos episodios lascivos
juntos, tenían a mis sentidos en un delirio en el que habría querido vivir
eternamente.…
Introducción
Los personajes extraordinarios, al adelantarse o simplemente
separarse de su época, suelen ser objeto del odio, producto del temor, de sus
conciudadanos. Ocurre esto porque el pueblo, que ha sido educado en unas
costumbres concretas y es demasiado simple como para concebir otras, observa
con miedo cualquier actitud que se aparta de ellas; las personas importantes,
en cambio, las conciben, pero las envidian y las temen, no vaya a ser que su
influencia se vea afectada por la pujanza de estos nuevos protagonistas. Sin
embargo, una vez han muerto, no se les ve ya como a seres peligrosos, sino como
a rarezas que resultan interesantes e incluso atractivas. Entonces, las
leyendas que se forjaron a su alrededor para calumniarlos, no hacen más que
aumentar su aureola y volverlos más interesantes, y la sociedad acaba admirando
al personaje muerto tanto como odió a la persona viva. A lo que antes se le
llamó extraña manera de comportarse y actitud desafiante, ahora se le llama
grandeza y fuerza de carácter; y lo que antaño fue considerado justo castigo
por sus actos, palabras o pensamientos, ahora es heroico sufrimiento ante la
incomprensión y la bajeza de sus contemporáneos.
La leyenda que se ha forjado alrededor de su persona resulta
tan odiosa para las sociedades de casi cualquier época y lugar, que incluso
después de muerto es difícil obtener para él el reconocimiento que merece. No
creo que haya existido otro personaje capaz de llegar más lejos, aunque sea con
la imaginación, dentro del terreno de la moral y la valoración de la libertad
del ser humano.
Sobre su aspecto físico se cuenta que era de mediana
estatura, y bien proporcionado, pero su larga estancia en prisión le hizo
engordar y acabó siendo un tanto obeso. Tenía una imagen agradable, los ojos
azules y el pelo rubio. La dulzura de su carácter, que muchos alababan en su
juventud, se vio siempre perjudicada por su prepotencia y sus aires de
superioridad. Él mismo criticaba, siendo ya mayor, los mimos y los favores de
que fue objeto siendo niño. Creía que todos los demás debían plegarse a sus
caprichos y esto, unido, a su carácter impulsivo y romántico, le perjudicó
enormemente durante toda su vida.
Sade fue, sin duda, un personaje singular. Él mismo lo
expresa así: Perdonad mis defectos, es el espíritu de la familia que me domina,
y si debo hacerme un reproche, es de haber tenido la desgracia de nacer en
ella. Dios me guarde de todas las ridiculeces y los vicios de que está
infestada. Me creería casi virtuoso si Dios me concediera la gracia de no
adoptar más que una parte.
Su padre, el conde de Sade, ofreció un buen ejemplo de
libertinaje a su hijo. Tras algunos años junto a su familia, en Provenza, se marchó a París. No se abstuvo de intrigas
en la corte y aspiró siempre a lo más alto, dilapidando una buena parte de su
fortuna en bailes y fiestas de la más alta sociedad y llegando a pretender a
algunas de las mujeres más famosas de su tiempo, como madame de Pompadur o
madmoiselle de Charolais. Tampoco se abstuvo del vicio con los jóvenes de su
mismo sexo que se prostituían por las calles de París. Sin embargo, no fue una
persona ciertamente vulgar, sino un hombre ingenioso y culto que se dedicó
también la literatura, aunque fuese a título privado y sin intención de
publicar. Por lo que se cuenta, hubo muchos hombres en aquella época que, pese
a su excelente formación, demostraron un gran apego al vicio, aunque no por
ello dejaban de ser ingeniosos y de poseer un cierto encanto. Uno de estos
hombres fue el tío del marqués de Sade, Jacques-François Paul Aldonse, al que
se suele conocer como el abad de Sade. Este cura libertino fue un auténtico
prototipo del religioso de vida alegre, que por la mañana se entretenía rezando
a Dios, por la tarde leyendo a Horacio y por la noche fornicando a una
prostituta. Tanto él como su hermano el conde fueron amigos personales de
Voltaire y de madame de Châtelet.
Su padre, después de muchas aventuras, acabó casándose con
Marié-Éléonore, una princesa de la família Condé, que por aquel entonces tenía
una gran influencia en Francia. Fruto de este matrimonio nacería su hijo Donatien,
que pasaría a la historia como el marqués de Sade.
Los Primeros Años
El 2 de Junio de 1740, el conde de Sade, Jean-Baptiste, y su
esposa Marié-Éléonore vieron nacer al heredero de la casa, al futuro conde de
Sade, al que pusieron de nombre Donatien Alphonse François. Mientras viviese su
padre, el título que ostentaría sería el de marqués, con el que la Historia
acabaría conociéndolo.
El conde mantuvo siempre una gran preocupación por la
educación de su hijo, intentando relacionarlo con lo más elevado de la sociedad
francesa y realizando enormes sacrificios para que no le faltase nada, ni
siquiera de lo que no es necesario. Esto tuvo un efecto muy negativo en su
formación, y el propio marqués será quien diga, unos años más tarde, que con
tantos cuidados no se consiguió otra cosa que desarrollar sus vicios. A esto
contribuyeron también algunas mujeres amigas y parientes del conde de Sade, que
en diferentes épocas estuvieron al cuidado del jovencito (que, por lo que se
cuenta, les resultaba encantador).Dado que su madre pertenecía a la família de
los Condé, tuvo la ocasión de pasar los primeros años de su vida en un palacio
cercano a París, rodeado de todo el lujo y los cuidados que él mismo criticará
más tarde.
Al cumplir cinco años, su padre decide que ya es hora de que
se traslade a Provenza, donde están las posesiones de la casa de Sade, de modo
que marchó al castillo de Saumane, muy diferente al palacio donde se había
criado hasta entonces, y mucho más parecido a los escenarios de su futuras
novelas: aislado, sombrío y lleno de mazmorras. Allí pasó algunos años felices
en compañía de unas mujeres amigas de su padre que lo empeoraron, mimándolo, y
de su tío el abad, que tanto le ayudaría en su formación humanística y que
tanto le inspiraría en el futuro, pues allí pudo comprobar también el Marqués
el libertinaje de este buen ministro de Dios, que siempre estaba bien
abastecido de prostitutas. Junto a su tío, el marqués recibió una gran
fromación cultural. En la biblioteca de la família podrá leer a los más grandes
autores antiguos y modernos, y aprender de ellos lo suficiente para superarlos.
Volvió a París al cumplir los diez años, para entrar en el
colegio Louis-le-Grand, uno de los más prestigiosos del momento, regentado por
los jesuitas. Aquí nació la pasión del marqués por el teatro, pues era una
práctica habitual de la escuela realizar representaciones periódicamente.
También sugieren algunos que aquí recibió las primeras impresiones en lo
referente a la fustigación y también en lo referente a la sodomía. Se
consideraba en aquella época que el castigo del látigo o las varas era un
castigo noble, en contraposición a las bofetadas o los tirones de orejas, por
ejemplo. Incluso existían tratados sobre ello, y realmente era una práctica
habitual en los colegios, para reprimir a los alumnos que no cumplían las
normas disciplinarias. Respecto a la sodomía, también existían muchas sospechas
de que se practicaba más o menos habitualmente y de que los maestros la
fomentaban entre sus alumnos y la practicaban con ellos.
A los catorce años su padre lo saca el colegio para que se
incorpore al ejército. Poco tiempo después estalló la guerra con Prusia y,
según parece, Sade cumplió valerosamente con sus deberes militares. Todo el
mundo alaba en esta época "la extrema dulzura de su carácter". Su
padre se preocupa mucho por apartarle de las malas compañías, pues parece ser
que el ejército también estaba infestado de todos los vicios. Sin embargo, el
joven ya comenzaba a dar muestras de sus inclinaciones, y ya nunca sería
posible apartarlo de ellas.
En 1763, al acabar la Guerra de los Siete años, se licencia.
Su padre, que ya le buscaba esposa desde hacía tiempo, consigue casarlo con
Renée-Pélagie, hija del presidente de Montreuil, una joven no muy agraciada,
pero de buena posición económica y de un carácter prudente y sincero. Ya por
esta época el marqués era un libertino rematado, y seguramente su padre
pretendía apaciguar sus costumbres por medio de esta unión.
El Marqués Libertino
Una vez casado, Sade se traslada a París, con su esposa, al
palacio de Montreuil. En un primer momento consigue ganarse su afecto y el de
toda su familia. Incluso la presidenta de Montreuil, dama autoritaria y de
moral estricta, se muestra encantada con él, y el reciente embarazo de la señora
de Sade hace aumentar la felicidad familiar. Pero pronto su libertinaje empieza
a salir a flote y a crearle problemas.
A los tres meses sufre su primera detención: las
declaraciones de una joven con la que se había entregado a ciertos actos
sacrílegos le conducen al torreón de Vicennes, donde permanece 15 días. Las
gestiones de su suegra le permiten escapar airosamente de la situación y
durante una temporada se dedica a una de sus grandes pasiones: el teatro. Pero
se encuentra ya demasiado ligado al libertinaje como para abandonarlo durante
mucho tiempo. Los episodios con ciertas damas o con prostitutas se suceden,
alcanzando uno de sus puntos culminantes con su viaje a La Coste junto a Mlle.
Beavousin, una famosa cortesana.
Pero el auténtico escándalo llega a consecuencia de una
escena sádica ocurrida en Alcueril. Allí, el marqués practica algunas torturas
(azotes, cortes, cera incandescente, ...) con una joven llamada Rose Keller, y
ésta se atreve a denunciarlo. Es encarcelado y, después de siete meses de gestiones,
traslados y declaraciones, recupera la libertad, gracias, una vez más, a las
maniobras de su suegra, más preocupada por evitar el escándalo que por ayudar a
su yerno. Este caso tuvo especial importancia porque hasta entonces, aunque
muchos conocían el libertinaje del marqués, se consideraba que formaba parte de
la habitual conducta licenciosa de los nobles. Pero a raíz de este suceso de
Alcueril, la prensa francesa y la extranjera se cebaron en Sade y explotaron al
máximo el escándalo. Es a partir de este momento cuando comienza a surgir la
leyenda del marqués de Sade como símbolo del mal.
Maurice Lever considera (y le creo) que muchas de estas
acusaciones eran injustas, no tanto porque fuesen infundadas (y en parte lo
eran, pues el pueblo siempre quiere que los malvados parezcan peores de lo que
son para poder castigarlos), sino porque, en todo caso, había muchas otras
personas a las que se podría haber denunciado por hechos parecidos o mucho
peores, pero que, gracias a sus influencias, permanecían inmunes e incluso con
fama de buenos ciudadanos. Sade tenía el inconveniente de ser demasiado
orgulloso para ir a la corte a arrastrase a los pies de las personas
influyentes. A pesar de su alta cuna y su fortuna, era un personaje
relativamente débil y aislado. Era, en fin, la cabeza de turco perfecta: noble
y libertino, pero sin poder suficiente para enfrentarse a sus enemigos. El país
necesitaba un personaje así para crucificarlo y él fue ese personaje. Más
tarde, estando, encarcelado, ya se quejaría de esta injusticia.
Ante tal situación, el rey le obliga a permanecer en su
residencia de La Coste, en la que se dedica muy activamente al teatro. Pero en
seguida vuelve, aprovechando un permiso real para hacerse cuidar sus
hemorroides, y esto le permite asistir al nacimiento de su segundo hijo.
También realiza un viaje de un mes a Holanda y se reincorpora al ejército
durante una corta temporada. En esta época la hermana de su esposa, Anne
Prospère, que era canonesa en un convento de jovencitas, visitó La Coste con la
intención de recuperarse de su delicado estado de salud. Allí, la joven llama
la atención del abad de Sade, que naturalmente es rechazado; Donatien, en
cambio, parece ser que sí consiguió conquistarla. Pero cuando la presencia de
su mujer, de sus hijos, de su cuñada y de su apreciado tío le pueden devolver
la alegría, cuando su afición al teatro, a la que dedica tanto tiempo cada vez
que se retira a La Coste, puede contribuir también a darle la felicidad, un
suceso estúpido dio al traste con todo y marcó definitivamente su vida.
Un buen día el marqués decide hacer una escapada a Marsella,
con la intención de dar rienda suelta a su libertinaje. Lleva con él a su
criado Latour y le encarga que reclute a unas cuantas prostitutas para una
orgía. La orgía se produce y, a juzgar por los testimonios es relativamente
"normal", teniendo en cuenta los gustos del marqués. Un poco de
fustigación, activa y pasiva, unas cuantas escenas sodomitas entre él y su
criado, y únicamente la curiosidad de hacer ingerir a dos de las cuatro jóvenes
a las que invitó, pastillas de anís que contenían cantárida, un afrodisíaco
bien conocido desde la antigüedad, que el marqués pretendía usar para provocar
la excitación anal de las jóvenes e incluso producirles ventosidades. Pero cometió
el error de excederse en la dosis, y las jóvenes enfermaron durante unos días.
El caso se denunció como si el marqués hubiese intentado asesinarlas, y el
resultado fue que al poco tiempo las autoridades se presentaron en La Coste
para conducirlo a presencia de la justicia. Sade creyó que todo estaba perdido
y huyó. Los jueces, por su parte, obraron con una cierta mala fe y acabaron
declarándolo culpable, aunque las jóvenes se recuperasen unos días más tarde y
no se dispusiera de pruebas concluyentes. A él y a su criado se les acusaba del
gravísimo delito de sodomía y a él en particular de envenenamiento. Por ello
fue quemado en efigie en Aix y se le persiguió.
Esta condena agravó
aún más el odio que siempre sintió por los jueces. El marqués fue siempre un
defensor de la libertad individual; le molestaba que el estado, representado
por un grupo de seres insensibles que basaban su a autoridad en adoptar un aire
grave, pusiese barreras a los placeres del individuo. Esta repugnancia se nota
especialmente en que muchos de sus libertinos, pero sobre todo los más
repulsivos, son jueces o ejercen alguna actividad ligada con la justicia.
Curval, el más detestable de todos sus personajes es, probablemente el mejor
ejemplo
Escapó a Italia en compañía de su cuñada, que al cabo de
unos días volvió a Francia con su hermana. El marqués también vuelve al cabo de
un tiempo, pero comete el error de revelarle a la presidenta su situación,
creyendo que le ayudará. Ésta se ha transformado en su peor enemigo, sin duda
enfadada por el idilio que mantenía con Anne-Prospère, por lo que hace detener
a Sade, que es enviado a Miolans. El marqués era una persona especialmente
sensible a la pérdida de libertad. Obsesionado con la idea de salir de la
cárcel, planea escaparse y lo consigue.
Durante una larga temporada se ve obligado a ir de un lugar
a otro, huyendo de los esbirros e la presidenta, y dejando a su esposa la
administración de sus asuntos. Ésta da muestras de una gran devoción y se
esfuerza al máximo para que sea perdonado, enfrentándose continuamente a su
madre. Durante el invierno de 1774-1775, Sade se instala en La Coste junto a
ella y contrata a varios jóvenes de uno y otro sexo para tareas tan diversas
como "ama de llaves", "secretario", etcétera, pero en
realidad, según suele admitirse, para montar sus orgías particulares. Algunas
de las jovencitas se quejan del trato del marqués e intentan denunciarle,
presentando como pruebas las marcas que conservan en sus cuerpos, pero Sade y
su mujer, que le ayuda en todo, consiguen, tras muchos esfuerzos, impedir que
las niñas hablen antes de que sus cuerpos estén totalmente curados.
Pero por si acaso, Sade escapa a Italia, y se dedica a
recorrer sus ciudades, interesándose por todo, con vistas a escribir un Viaje a
Italia. También dedicó su tiempo a otros menesteres como seducir a una madre de
familia, a la que naturalmente tuvo que abandonar, dejándola en una profunda
desesperación, o alternar con otros libertinos y sinvergüenzas como Ange
Gourard o el cardenal de Bernis, amigos también del famoso Casanova.
En junio de 1776, se ve obligado a volver a Francia. Cierto
estafador francés había huido a Italia bajo el pseudónimo de "conde de
Mazan", que era justamente el mismo que usaba el marqués de Sade. La
policía italiana lo buscaba para devolverlo a su país, lo cual dejaba a Sade en
una difícil situación, por lo que decidió irse por su propio pie. Una vez allí,
vuelve a reclutar jovencitas para su castillo de La Coste. El padre de una de
ellas, que hacía de cocinera y a la que Sade llamaba "Justine", se
presenta en el castillo y pretende llevársela a punta de pistola. Como no lo
consigue, se apresura a denunciar el caso. Sade, en ese momento, viaja a París
para visitar el lecho de su madre, que acaba de morir. Naturalmente, la presidenta
no pierde esta ocasión para apresarlo. Sade es detenido y conducido a Vicennes.
Al poco tiempo se reabre el caso de Marsella y los nuevos
jueces se dan cuenta de que ha sido tratado de una manera un tanto arbitraria,
por lo que piden que el marqués se presente de nuevo ante el tribunal, para
reabrir el caso. Así se hace y con éxito, pues la sentencia acaba diciendo que
todo se reduce a una cuestión de libertinaje, y únicamente le condenan a no
poner los pies en Marsella durante tres años y a pagar una multa. Pero cuando
Sade ya se cree liberado, la presidenta consigue que se mantenga su detención
por otras causas y el inspector Marais se prepara para conducirlo de nuevo a
Vicennes. Ante tal perspectiva, el marqués se escapa en cuanto encuentra una
ocasión y se esconde en La Coste, pero la policía se presenta allí a los pocos
días y es conducido de nuevo a su celda.
La Cárcel
Aunque ya había estado encerrado en varias ocasiones, es
ahora cuando Sade experimenta con más crudeza y durante más tiempo su estancia
en prisión. Su reclusión está marcada por una auténtica serie de obsesiones que
expresa en sus cartas, la mayoría de ellas dirigidas a su mujer. La más
importante de esas obsesiones es, lógicamente, la fecha de su salida de
prisión.
Sobre todo, llama la atención la extraña manía que tiene el
marqués con ciertas cuestiones aritméticas. En cada cifra cree ver un signo,
constantemente compara, suma, resta y cree obtener respuestas a ciertas
preguntas, como si quienes le rodean hablasen un extraño lenguaje numérico. De
nada sirven las repuestas de su mujer asegurándole que todo eso son
imaginaciones suyas y que ella no tiene intención de comunicarle nada a través
de un juego tan extraño.
Otra de sus obsesiones más importantes es la del paseo y el
ejercicio físico, que dice necesitar como el aire que respira. Para un hombre
tan activo como él, interesado por todo, ávido de experiencias y acostumbrado a
la libertad total, la reclusión debió ser un castigo muy duro, y en sus cartas
se puede comprobar que, dejando a un lado su tendencia natural a exagerarlo
todo, realmente sufría muchísimo.
También intenta, por supuesto, justificar su conducta y
demostrar que es inocente, al menos lo suficiente como para no merecer una
reclusión tan larga y en estas condiciones. Ya he mencionado antes que el
marqués de Sade fue empleado, probablemente, como cabeza de turco para
contentar al pueblo, que estaba ya harto de los abusos de los nobles. El
marqués era consciente de ello y se queja amargamente de que otros peores que
él anden libres, mientras él se encuentra encerrado por culpa de unos hechos
relativamente insignificantes.
En Vicennes permanece encerrado entre 1778 y 1785. Luego es
trasladado a la Bastilla hasta pocos días antes de la revolución. Lo que
impidió que el marqués de Sade se encontrase en la Bastilla el histórico día en
que fue asaltada es curioso y guarda incluso una cierta relación con el propio
asalto.
Es bien sabido lo maniático que era el marqués con ciertos
detalles y costumbres, una de las cuales era la del paseo. Las autoridades de
la Bastilla decidieron negárselo y el marqués, furioso, cogió un hierro y
comenzó a golpear los barrotes de su celda, que daba a la calle, para llamar la
atención de las personas que paseaban por allí, gritando que los presos estaban
siendo degollados por sus carceleros. Ante los enormes problemas que
ocasionaba, las autoridades decidieron trasladarlo al manicomio de Charenton.
No duró mucho tiempo allí, ya que a los pocos días, el pueblo toma la Bastilla
y libera a los pesos del antiguo régimen, devolviendo al maqués de Sade, como a
tantos otros franceses, la libertad.
El Período Revolucionario
Nada más ser liberado el marqués, su mujer se apresura a
separarse de él, no se sabe bien por qué. El caso es que el ciudadano Sade se
encuentra totalmente libre y desligado de sus anteriores vínculos, pero al
mismo tiempo aislado y sin recursos. Ante las nuevas ideas que dominan Francia
y la situación tan peligrosa para un antiguo noble, decide adoptar la profesión
de escritor. A partir de ahora será "M. Sade, homme de lettres". Se
apunta en la Sociedad de Autores y dedica todos sus esfuerzos a que se
representen sus obras de teatro.
Son obras de teatro
inocentes y "normales", como las que habría podido escribir cualquier
otro autor, y no peores, por lo que se dice. Parece como si nuestro siglo se
esforzase en fijarse en lo que el siglo de Sade quiso ignorar y viceversa. Se
critica a Sade por sus libros escandalosos, cuyas ediciones y traducciones se
multiplican y, en cambio, se ignoran estos otros, considerándolos poco
interesantes. El caso es que, a pesar de su inocencia, algunas de estas obras
fueron rechazadas por cuestiones morales, con unos argumentos que hoy nos
parecerían inauditos, pero que en ese momento, con los ánimos tan exaltados
como estaban ante la situación del país, eran comprensibles. Curiosamente, la
más inmoral de todas, la historia del conde Oxtiern, fue la primera en
representarse, no sin un cierto escándalo.
Paralelamente, pero a escondidas, Sade trabajaba en la
redacción y publicación de sus novelas (Justine, Aline y Valcour, Juliette,..).
El carácter radical de muchas de estas obras obligó siempre a Sade a esconderse
y a negar ser el autor de tales manuscritos. La misma Justine, a pesar de ser
indiscutiblemente suya y su obra más famosa, siempre sufrió este rechazo. Ya
estaba la situación bastante delicada como para atreverse a declararse autor de
libros como estos. Si los publicaba era, en gran parte, porque necesitaba el
dinero. Ocurre que, aunque de manera más o menos velada, las novelas picantes
gozaban de cierto prestigio en una parte del público, y Sade ve en ello una
buena oportunidad de conseguir el dinero que tanto necesita. Sin embargo, no
quiere que se le confunda con la mayoría de escritores eróticos, a los que
desprecia extraordinariamente. En la Historia de Juliette comenta las obras de
estos autores, considerándolas miserables folletos hechos en los cafés y
burdeles, que prueban en sus mezquinos autores dos vacíos a la vez: el de la
mente y el del estómago. La lujuria, hija de la opulencia y la superioridad,
sólo puede ser tratada por personas de cierto temple,... por individuos en fin,
que, acariciados primero por la naturaleza, lo sean a continuación después por
la fortuna por haber ensayado ellos mismos lo que nos traza con su pincel
lujurioso; y esto es absolutamente imposible para los granujas que nos inundan
con los despreciables folletos de los que hablo.
En este momento es cuando conoce a Marie-Constance Renelle,
a la que dedica Justine. Esta mujer a la que el apoda "Sensible",
estaba casada con un tal Quesnet, que marchó a las indias, dejándola a ella y a
su hijo en Francia. Sade sintió un gran afecto por ella y la contrató como ama
de llaves. Incluso le leía sus obras para que ella diese su opinión, igual que
hacía Rousseau. Constance se convirtió a partir de entonces en su mujer de
hecho, y le ofreció un valioso apoyo en los momentos difíciles.
Sorprende sin duda ver al marqués marearse ante la idea de
la pena de muerte, él que ha escrito obras plagadas de crímenes y atrocidades.
¿A qué se debe esta disparidad? Nunca se sabrá, pero quizás resulte más
comprensible si pensamos en la diferencia que separa al crimen del libertino,
realizado por placer, con premeditación, y con mil detalles destinados a
excitar la sensibilidad, del crimen de estado, frío y seco, que pretende
justificarse a sí mismo como necesario, como una consecuencia de ciertas leyes
que limitan la libertad del hombre y que, bajo la apariencia de defender el
orden y la paz de la sociedad, esconden la tiranía de quienes tienen poder
suficiente para imponerlas. El marqués de Sade fue, más que un ilustre
libertino, un ilustre defensor de la libertad del ser humano, un enemigo de las
restricciones impuestas por la sociedad, un hombre que se planteó siempre la
cuestión de hasta dónde puede llegar una persona que pueda llevar a la práctica
sus caprichos, sin que las pesadas normas que le imponen sus conciudadanos
vengan a restringirlos. De ahí que para él la pena de muerte fuese la máxima
aberración.
Bajo el Terror de Robespierre, Sade es arrestado y se le
envía a la guillotina. Varias acusaciones estúpidas, que pretenden desenterrar
los hechos por los que ya cumplió condena bajo la monarquía, vienen a
desembocar en una acusación que lo considera enemigo de la revolución. Con eso
basta en esta época para morir. El propio marqués escribió:
"Es preciso ser prudente con la correspondencia, jamás
el despotismo abrió tantas cartas como abre ahora la libertad."
De este modo, el terrible marqués, que ya ha pasado media
vida en prisión por culpa de ciertas faltas insignificantes y que no ha
perjudicado a nadie tras la toma de la Bastilla e incluso ha apoyado la causa
revolucionaria, es conducido hacia la muerte, al igual que muchos otros
inocentes, por los discípulos de Rousseau, por los defensores de la libertad.
Sin embargo, en el último momento, cuando ya le llevaban en el carro junto a
los otros condenados, las autoridades le dejan en libertad. ¿Por qué? Se
especula con hipótesis referentes a la incompetencia burocrática del momento,
al caos reinante, o también a las acciones de Constance que, desde fuera, hacía
cuanto podía para que el marqués fuese liberado. Sea como fuere, Sade se libró
de la muerte y decidió apartarse totalmente de la política, en vista de lo
inestable de la situación.
El Autor
Durante todo el periodo revolucionario, Sade tuvo
importantes problemas de dinero. Todos los nobles y los defensores del antiguo
régimen fueron perseguidos y aún tuvo suerte de no acabar guillotinado. Sus
hijos habían emigrado a Alemania, y ser padre de emigrados era, en ese momento,
casi un sinónimo de enemigo de la revolución. Pero ha conseguido librarse de la
muerte y ahora le toca librarse de la pobreza. Se ve obligado a vender sus
posesiones y, al no tener otra profesión, recurre a la de escritor. Es en esta
época cuando publica muchas de sus obras (La nueva Justine, seguida de la
historia de Juliette, su hermana, Los crímenes del amor, La filosofía en el
tocador, ...), pero aun así, pasa una gran necesidad.
Además, otro problema viene a sumarse al económico: cada vez
más gente sospecha que él es el autor de Justine, e incluso aparecen artículos
en los periódicos que le atribuyen la obra y arremeten contra él. La aparición
de otras novelas libertinas como la Historia de Juliette no hace más que
agravar la situación. Hace poco que ha vuelto a cambiar el régimen político:
ahora es el cónsul Bonaparte el que dirige el destino del país. No importa: la
monarquía encarceló a Sade por motivos morales, la revolución aprovechó los
mismos argumentos y no va a ser Napoleón quien vaya a perdonarle. En 1801, Sade
es detenido y juzgado por haber escrito Justine y la Historia de Juliette. Él
lo niega, pero su fama es más fuerte que su palabra y acaba siendo recluido en
el manicomio de Charenton.
Allí acabó su vida pública. En este horrible lugar
permanecerá hasta su muerte, en 1814. Pero antes de que llegase ese momento,
aún tuvo tiempo de realizar una actividad curiosa: organizar representaciones
de teatro con los locos del manicomio. M. Coulmier, director del centro, era un
hombre activo que se esforzaba por mejorar las condiciones de los reclusos
tanto como podía. La idea de organizar representaciones le pareció buena y así,
el marqués se encontró llevando a la práctica una de sus mayores aficiones en
uno de los lugares que menos hubiese imaginado. Sin embargo, la idea tiene
éxito y mucha gente viene desde París para contemplar la nueva "terapia
contra la locura".
Aún tendrá que enfrentarse con algunas dificultades, pues
todavía hay quienes le consideran peligroso, e intentan enviarlo a otro lugar
en el que no tenga contacto con otras personas. Afortunadamente, estas
gestiones no progresan y permanece en Charenton hasta el final de sus días.
Su epitafio (fue escrito por él mismo) revela perfectamente
en qué consistió su vida:
Epitafio a D.A.F. de Sade,
Arrestado bajo todos los regímenes.
Paseante,
Arrodíllate para rezar
Por el más desdichado de los hombres.
Nació en el siglo pasado
Y murió en el que vivimos.
El despotismo, con su horrible mueca
En todo momento le hizo la guerra.
Bajo los reyes, ese monstruo odioso
Se apoderó de su vida entera;
Bajo el Terror reaparece
Y pone a Sade al borde del abismo;
Bajo el Consulado revive:
Sade vuelve a ser la víctima.
Efectivamente, fue apresado bajo todos los regímenes bajo
los que vivió, aunque sus hechos probablemente no lo merecieran. Escuchemos lo
que el propio marqués decía a este respecto:
"Sí, soy un libertino, lo reconozco; he concebido todo
lo que puede concebirse en este sentido, pero ciertamente no he hecho todo lo
que he concebido, ni lo haré jamás. Soy un libertino, pero no soy un criminal
ni un asesino, y, ya que se me fuerza a colocar mi apología junto a mi
justificación, diré pues que, tal vez, sería posible que aquellos que me
condenan tan injustamente como lo han hecho pudieran contrapesar sus infamias
con mis buenas acciones tan probadas como las que yo puedo oponer a mis
errores."
En efecto, su primera detención ocurrió por entregarse a
actos sacrílegos con una prostituta. La llevó a una habitación y la obligó a realizar
ciertos actos como los que se leen en sus obras (pisar un crucifijo, maldecir,
fornicar poniendo una hostia consagrada en la entrada, etc.). También practicó
un poco la fustigación con ella, pero parece ser que eso no impresionó mucho a
los tribunales: todo radicaba en el sacrilegio. Pero, ¿acaso no habría ocurrido
hoy en día lo contrario? ¿Qué tribunal moderno se atrevería a condenar a
alguien por sacrilegio? Una pequeña multa o un corto arresto por azotar a la
prostituta y nada más.
El caso de Alcueril, que tantos problemas le causó, sí que
merecía realmente alguna temporada en prisión, pues parece ser que las torturas
que ejerció sobre la joven eran de una cierta importancia. Sin embargo,
¿cuantas personas practican este tipo de torturas voluntariamente, incluso hoy
en día? Además, hay pocas dudas respecto a que la joven se estuviese
prostituyendo y, por lo tanto, aceptase hasta cierto punto someterse a los
caprichos de su cliente, como ha ocurrido siempre, ocurre hoy en día, y seguirá
ocurriendo en el futuro.
Sobre el caso de Marsella, la acusación de envenenamiento
cae por su propio peso y las mejores pruebas son que las mujeres no murieron y
que el mismo tribunal de Aix, cuando años más tarde reabrió el caso, encontró
inocente al marqués. La acusación más grave que se hacía sobre él era la de
sodomía, que pocos jueces se atreverían a sostener en nuestra época, ante el
riesgo de ser acusados a su vez de discriminación. Una muestra más de lo
débiles y cambiantes que son los juicios humanos.
En cuanto a sus detenciones tras la revolución francesa,
básicamente debidas a Justine no deja de sorprender que una misma persona fuese
arrestada tantas veces y bajo tantos gobiernos distintos, e incluso estuviese a
punto de ser guillotinada por escribir un libro que hoy podemos encontrar en
cualquier librería.
En general, no parece que los actos del marqués hayan sido
tan espantosos como los que tanto abundan en sus obras, y la leyenda que lo
presenta como un monstruo sanguinario parece ser más fruto de la imaginación de
ciertas personas que del análisis exhaustivo de sus actos. Nunca fue acusado,
al menos con un mínimo fundamento, de asesinar a nadie ni de haberlo intentado.
Los hechos libertinos de los que se le acusa no parecen haber sido peores que
los de cualquier noble libertino de la época, e incluso menos graves que los de
otros, como el conde de Charolais, y si bien algunos de sus actos pueden
considerarse vergonzosos, la reacción de los gobiernos y los jueces sobre él no
fue menos desmesurada e injusta.
Pensamiento
Sostuve mis extravíos con razonamientos. No me puse a dudar.
Vencí, arranqué de raíz, supe destruir en mi corazón todo lo que podía estorbar
mis placeres. D. A. F. Sade77
Para Simone de Beauvoir, Sade fue un hombre racionalista,
que necesitaba comprender la dinámica interna de sus actos y los de sus
semejantes, y que sólo se afilió a las verdades dadas por la evidencia. Por eso
fue más allá del sensualismo tradicional, hasta transformarlo en una moral de
singular autenticidad. Según esta autora, las ideas de Sade se anticiparon a
las de Nietzsche, Stirner, Freud y el surrealismo, pero su obra resulta en
buena medida ilegible, en sentido filosófico, y llega incluso a la
incoherencia.
Para Maurice Blanchot, el pensamiento de Sade es impenetrable,
pese a que abunden en su obra los razonamientos teóricos, y a que estén
expresados con claridad, y respeten escrupulosamente las disposiciones de la
lógica. En Sade, el uso de sistemas lógicos es constante; retorna con paciencia
sobre un mismo asunto una y otra vez, mira cada cuestión desde todos los puntos
de vista, examina todas las objeciones, responde a ellas, encuentra otras a las
cuales responde también. Su lenguaje es abundante, pero claro, preciso y firme.
Sin embargo, para Blanchot, no es posible ver el fondo del pensamiento sadiano
o hacia dónde se dirige exactamente, ni de dónde parte. Así, tras la intensa
racionalización hay un hilo conductor de completa irracionalidad.
Según Blanchot, la lectura de la obra de Sade genera en el
lector un malestar intelectual frente a un pensamiento que siempre se
reconstruye, tanto más en la medida en que el lenguaje de Sade es sencillo, y
no recurre a figuras retóricas complicadas ni a argumentos rebuscados.
Para Sade, la razón es la facultad natural para que el ser
humano se determine por un objeto u otro, en proporción a la dosis de placer o
de daño recibido de esos objetos: cálculo sometido de modo absoluto a los
sentidos, puesto que sólo de ellos se reciben las impresiones comparativas que
constituyen o los dolores de los que se quiere huir o el placer que se debe
buscar. Así pues, la razón no es más que la balanza con la que pesamos los
objetos, y por la cual, poniendo en el peso aquellos objetos que están lejos de
nuestro alcance, conocemos lo que debemos pensar por la relación existente
entre ellos, de tal forma que sea siempre la apariencia del mayor placer lo que
gane. Esta razón, en nosotros como en los animales, que también la tienen, no
es más que el resultado del mecanismo más tosco y más material. Pero como no
existe para Sade otro medio más confiable de verificación, sólo a él es posible
someter la fe hacia objetos sin realidad
Para Sade, cada quien debe hacer lo que le plazca, y nadie
tiene otra ley que la de su placer. Esta moral está fundada en el hecho primero
de la soledad absoluta. La naturaleza hace al hombre nacer solo, y no existe
ninguna especie de relación entre un hombre y otro. La única regla de conducta
es, pues, que el hombre prefiera todo lo que le convenga, sin tener en cuenta
las consecuencias que esta decisión pueda acarrear al prójimo. El mayor dolor
de los demás cuenta siempre menos que el propio placer, y no importa comprar el
más débil regocijo a cambio de un conjunto de desastres, pues el goce halaga, y
está dentro del hombre, pero el efecto del crimen no le alcanza, y está fuera
de él. Este principio egoísta está, para Blanchot, perfectamente claro en Sade,
y se puede encontrar en toda su obra
Sade considera a todos los individuos iguales, por lo que
cada quién tiene el derecho de no sacrificarse a la conservación de los demás,
incluso si la propia felicidad depende de la ruina de otros. Todos los hombres
son iguales; ello quiere decir que ninguna criatura vale más que otra y por lo
mismo, todas son intercambiables, ninguna tiene sino la significación de una
unidad en un recuento infinito. Enfrente del hombre libre, todos los seres son
iguales en nulidad y el poderoso, al reducirlos a nada, no hace sino volver
evidente esa nada. Además, formula la reciprocidad de derechos mediante una
máxima válida tanto para las mujeres como para los hombres: darse a todos
aquellos que lo desean y tomar a todos aquellos a quienes deseamos. « ¿Qué mal
hago, qué ofensa cometo, diciendo a una bella criatura, cuando la encuentro:
préstame la parte de tu cuerpo que puede satisfacerme un instante y goza, si
eso te place, de aquella del mío que puede serte agradable?». Semejantes
proposiciones le parecen irrefutables a Sade
Para Sade, el poder es un derecho que debe ser conquistado.
Para unos, el origen social les hace más asequible el poder, mientras que otros
deben alcanzarlo desde una posición de desventaja. Los personajes poderosos de
sus obras, dice Blanchot, han tenido la energía de elevarse por encima de los
prejuicios, contrario al resto de la humanidad. Unos están en posiciones
privilegiadas: duques, ministros, obispos, etc., y son fuertes porque forman
parte de una clase fuerte. Pero el poder no es solamente un estado, sino una
decisión y una conquista, y sólo es realmente poderoso aquel que es capaz de
lograrlo por medio de su energía. Así pues, Sade también concibe a personajes
poderosos que han salido de las clases más desfavorecidas de la sociedad y, de
este modo, el punto de partida del poder es la situación extrema: la fortuna, por
una parte, o la miseria, por otra. El poderoso que nace en medio de privilegios
está demasiado arriba como para someterse a las leyes sin decaer, mientras que
el que ha nacido en la miseria está demasiado abajo como para conformarse sin
perecer. Así, las ideas de igualdad, desigualdad, libertad, revuelta, no son en
Sade sino argumentos provisionales a través de los cuales se afirma el derecho
del hombre al poder. De este modo, llega el momento en que las distinciones
entre los poderosos desaparecen, y los bandoleros son elevados a la condición
de nobles, a la vez que éstos dirigen pandillas de ladrones.
Obra
Muchas de las obras de Sade contienen explícitas
descripciones de violaciones e innumerables perversiones, parafilias y actos de
violencia extrema que en ocasiones trascienden los límites de lo posible. Sus
protagonistas característicos son los antihéroes, los libertinos que
protagonizan las escenas de violencia y que mediante sofismas de todo tipo
justifican sus acciones.
Sade fue un autor prolífico que se adentró en diversos
géneros. Gran parte de su obra se perdió, víctima de varios ataques; entre
ellos, los de su propia familia, que destruyó numerosos manuscritos en más de
una ocasión. Otras obras permanecen inéditas, principalmente su producción dramática
(sus herederos poseen los manuscritos de 14 obras de teatro inéditas).
En 1782, también mientras estaba en prisión, escribió el
relato corto Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, en el que expresa su
ateísmo mediante el diálogo entre un cura y un viejo moribundo, quien convence
al primero de que su vida piadosa ha sido un error.
En 1787, Sade escribió Justine o los infortunios de la
virtud, una primera versión de Justine, que fue publicada en 1791. Describe las
desgracias de una chica que elige el camino de la virtud y no obtiene otra
recompensa que los repetidos abusos a los que es sometida por varios
libertinos. Sade escribió también L'Histoire de Juliette (1798) o El vicio
ampliamente recompensado, que narra las aventuras de la hermana de Justine,
Juliette, quien elige rechazar las enseñanzas de la iglesia y adoptar una
filosofía hedonista y amoral, lo que le proporciona una vida llena de éxito.
La novela Los 120 días de Sodoma, escrita en 1785, aunque no
terminada, cataloga una amplia variedad de perversiones sexuales perpetradas
contra un grupo de adolescentes esclavizados, y es el trabajo más gráfico de
Sade. El manuscrito desapareció durante la toma de la Bastilla, pero fue
descubierto en 1904 por Iwan Bloch, y la novela fue publicada en 1931-1935 por
Maurice Heine.
La novela La filosofía en el tocador (1795) relata la
completa perversión de una adolescente, llevada a cabo por unos «educadores»,
hasta el punto que termína matando a su madre del modo más cruel posible. Está
escrita en foma de diálogo teatral, incluyendo un extenso panfleto político,
¡Franceses! ¡Un esfuerzo más si deseáis ser republicanos!, en el que,
coincidiendo con la opinión del «educador» Dolmancé, se hace un llamamiento a
profundizar en una revolución que se considera inacabada. El panfleto fue
vuelto a publicar y distribuido durante la Revolución de 1848 en Francia.
El tema de Aline y Valcour (1795) es recurrente en la obra
de Sade: una pareja de jóvenes se quieren, pero el padre de ella trata de
imponer un matrimonio de conveniencia. La novela se compone de varias tramas;
la principal, narrada mediante una serie de cartas que se cruzan los distintos
protagonistas, y los dos viajes y peripecias de cada uno de los jóvenes:
Sainville y Leonore. En el viaje de Sainville se incluye el relato de la isla
de Tamoe, descripción de una sociedad utópica. Este fue el primer libro que
Sade publicó con su verdadero nombre.
En 1800 publicó una colección de cuatro volúmenes de relatos
titulada Los crímenes de amor. En la introducción, Ideas sobre las novelas, da
un consejo general a los escritores y hace referencia asimismo a las novelas
góticas, especialmente a El monje de Matthew Gregory Lewis, que considera
superior al trabajo de Ann Radcliffe . Uno de los relatos de la colección, Florville
y Courval, ha sido considerado también como perteneciente al género «gótico».
Es la historia de una joven mujer que, contra su voluntad, termina enredada en
una intriga incestuosa.
Mientras estaba encarcelado nuevamente en Charenton,
escribió tres novelas históricas: Adelaide de Brunswick, Historia secreta de
Isabel de Baviera y La marquesa de Gange. Escribió también varias obras de
teatro, la mayor parte de las cuales permanecieron inéditas. Le Misanthrope par
amour ou Sophie et Desfrancs fue aceptada por la Comédie-Française en 1790 y Le
Comte Oxtiern ou les effets du libertinage fue representada en el Teatro
Molière en 1791.
Su obra más difundida en su tiempo y durante el siglo XIX
fue Justine o los infortunios de la Virtud. Sade intentó que fuese un revulsivo
en la literatura francesa de la época que consideraba moralista:
El triunfo de la Virtud sobre el vicio, la recompensa del
Bien y el castigo del Mal son la base frecuente del desarrollo de las obras de
este género. ¿No deberíamos estar hartos ya de este esquema? Pero presentar al
Vicio siempre triunfante y a la Virtud víctima de sus propios sacrificios [...]
En una palabra, arriesgarme a describir las escenas más atrevidas y las
situaciones más extraordinarias, a exponer las afirmaciones más aterradoras y a
dar las pinceladas más enérgicas...
Carta a su amiga Constance
La crítica deploró esta obra, que se publicó anónima y
circuló clandestinamente. Fue considerada obscena e impía y a su autor se le
calificó de depravado: «El corazón más depravado, la mente más degradada, no
son capaces de inventar algo que ultraje tanto a la razón, al pudor y a la
honestidad»;87 «...el famoso marqués de Sade, el autor de la obra más execrable
que jamás haya inventado la perversidad humana».88 Un escritor de la época,
Restif de la Bretonne, escribiría en contestación a Justine, La anti-Justine o
las delicias del Amor. Y la contundente contestación de Sade a una virulenta
crítica de otro escritor, Villeterque, hoy se ha hecho célebre (A Villeterque
el fuliculario).
A pesar de que su edición fue clandestina, circuló
profusamente. En vida de Sade se hicieron seis ediciones de la misma y los
ejemplares pasaban de mano en mano, leyéndose de forma oculta, convirtiéndose
en una «novela maldita». En el siglo XIX continuó circulando clandestinamente,
influyendo en escritores como Swinburne, Flaubert, Dostoievski y en la poesía
de Baudelaire (entre los muchos en los que se ha querido ver la influencia
sadiana).
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